Hace un tiempo, leí un artículo que me llamó mucho la atención y me hizo reflexionar sobre mi profesión y la labor que desempeñamos en una sociedad cada vez menos informada y más condicionada por los falsos bulos y las ‘fake news’.
En este artículo, se citaba que solo un 22% de las personas con discapacidad intelectual manifestaban interés por los contenidos informativos que encuentran en los medios de comunicación, sobre todo en el caso de la prensa escrita, pero esta queja también se hacía extensible a la televisión y a la radio.
Y no solo eso, casi la totalidad de los entrevistados reconocía que encontraban la redacción de las noticias como “demasiado compleja” o “difícil de entender”, por lo que admitían “no sentirse representados” por las informaciones que recogen periódicos y telediarios.
Para una persona como yo, periodista, con más de 30 años de trayectoria escribiendo sobre la discapacidad, en general, y sobre las personas con discapacidad intelectual, en particular, en el suplemento Sin Barreras de Heraldo de Aragón, estos datos te hacen replantearte, y mucho, la manera en la que escribes. Y, sobre todo, lo que escribes.
Siempre que cojo una página en blanco intento que cuando se tiña de negro o de colores sirva, al menos, para que una persona pueda aprovecharse de esa información desde un punto de vista práctico. Por eso intento responder no solo a las cinco preguntas claves que me enseñaron en la Facultad de Periodismo hace tres décadas: ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde y ¿Por qué?
Desde hace un tiempo, también intento responder al ¿Cómo? y al ¿Para qué? Y, en este último caso, me gustaría pensar que cuento esta noticia para que la entienda el mayor número posible de individuos, con el fin de llegar a todos aquellos lectores a los que solo les preocupan temas de su interés (político o económico) y que no saben que hay muchas personas y entidades relacionadas con la discapacidad que tienen muchas cosas que contar.
Por el contrario, en ocasiones, cuando dejo de ser periodista y me convierto en consumidora de información, me asaltan las dudas. ¿Por qué en la mayoría de los titulares de periódicos generalistas, al margen de suplementos específicos, aparecen frases del tipo: “Un enfermo mental asesina a su vecino en el rellano de la escalera”, “La Audiencia pide siete años de cárcel por abusar de su hija discapacitada”, “Un discapacitado muestra su obra artística en el centro cívico del barrio”?
¿Hubiéramos puesto en algún momento: “Un enfermo oncológico asesina a su vecino en el rellano de la escalera”, “La Audiencia solicita diez años de cárcel para una persona con migrañas por abusar de su hija”, “Un trasplantado de riñón muestra su obra artística en el Reina Sofía”?
El lenguaje es la forma de comunicación más poderosa que tiene el ser humano y la herramienta más afilada que tenemos los periodistas y comunicadores. Decía el escritor cubano José Martí que “el lenguaje ha de ser matemático, geométrico, escultórico. La idea ha de encajar exactamente en la frase, tan exactamente que no pueda quitarse nada de la frase sin quitar eso mismo de la idea”.
Por eso, de la misma manera que no es igual el verbo ser que el verbo estar, no es lo mismo discapacidad que enfermedad, aunque equivocadamente mucha gente así lo piense. Y tal vez lo haga porque, en la mayoría de las ocasiones, no conocen a ninguna persona con discapacidad. Y, si la conocen, pero no la tratan, ven en ellas a seres humanos con una enfermedad que solo existe en su imaginario.
En un porcentaje muy alto, estas equivocadas personas, que no personas equivocadas, no tienen a nadie alrededor que les haga ver que la discapacidad es una condición, y esta condición afecta a la capacidad de un ser humano para realizar ciertas actividades. Por el contrario, bien sabemos todos que la enfermedad es una circunstancia que altera nuestra salud, durante unos días, semanas o incluso años, y que algunas enfermedades pueden derivar en discapacidades, pero sin generalizar, porque la parte no es el todo.
Y en el lado contrario de la balanza están esas noticias o reportajes en las que se habla de las personas con discapacidad, ya sea física, intelectual, sensorial o enfermedad mental, como si fueran los dioses del Olimpo, capaces de hacer cosas extraordinarias, solo por tener una discapacidad. Reportajes, noticias y artículos de opinión en los que se habla de normalizar a las personas con discapacidad, cuando son absolutamente normales.
Si miramos en la RAE sinónimos de normal, aparecen: habitual, ordinario, corriente, común, usual, frecuente, acostumbrado. Y sus antónimos: anormal, raro, infrecuente, insólito, inusual.
Y, en este caso, las personas con discapacidad son absolutamente normales, porque si vamos a un centro especial de empleo lo habitual es ver a decenas de personas haciendo sus tareas con precisión, rigor y profesionalidad. Lo mismo que si vamos a un club de ocio integrado, donde es usual ver cómo estas personas con discapacidad disfrutan de un tiempo de diversión, haciendo cosas que les gustan, porque hace tiempo que a estos individuos ya se les pregunta qué quieren hacer, con quién quieren hacerlo y por qué les apetece llevarlo a cabo.
Hace tiempo que, gracias a proyectos como ‘Mi casa, una vida en comunidad’ de Plena inclusión, estas personas no solo tienen voz y voto, tienen ganas de demostrarlo y herramientas para hacerlo. De ahí la necesidad de que las administraciones locales, regionales y nacionales sigan apostando por iniciativas como esta, pensadas por y para las personas con discapacidad. Iniciativas que rompen con otras formas de ver la discapacidad como algo extraordinario, cuando no lo es.
El problema no es normalizar a las personas con discapacidad, es tenerlos en cuenta, mostrar su realidad, con todas sus aristas, y dejar de discriminarles negativa o positivamente. Solo de esta manera conseguiremos que lo que nos cuenten sea interesante y merezca la pena de trasladarse a las páginas de los periódicos o las noticias web, esas que no entienden porque nadie se ha molestado por apostar por la lectura fácil, herramienta que no solo ayuda a las personas con discapacidad, también lo hace en el caso de las personas mayores o las que no conocen el idioma.